Para que mi voz no se pierda, sed mis testigos.
No hay voz que sepa decir
ni palabra con que dibujar
el oscuro camino que recorre el dolor, el miedo, la vergüenza.
Sed mis testigos.
Que mi vida sea un espejo; sean mis días la ventana desde donde ver el mar, sean mis hijos girasoles
y sea la luz
el único filo hiriente
que pueda entrar en la casa abierta, sosegada,
templada por el sol. Sed mis testigos.
«Francisca» de Borja Rodríguez